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Mi duende de la felicidad |
─¡Martín, Martín, Martín! Nena, desde que has vuelto de ese pueblo perdido de Castilla no paras de nombrar a Martín. ¡Tengo su nombre metido entre las sienes!
─Fifí, no te pongas celosa.
─Estás insoportable. Huy, ¿qué es eso? ─pregunta con sus morros fruncidos al ver la figura que se oculta tras las hojas del pepino.
─Es un duende. Martín no cree en los enanitos del jardín, él confía en los poderes mágicos de los duendes y antes de irme me regaló uno para que me protegiera, potenciara mis poderes de bruja y rodeará mi vida de felicidad.
─Nena, me empiezas a preocupar.
─Martín, el único niño de su pueblo, solo tiene trece años. El aburrimiento le ha reinventado y se ha convertido en un experto ganadero-horticultor. En un terreno cercano a su casa ha creado un huerto y este verano ha llenado la despensa de tomates, acelgas, coliflores, pimientos, cebollas y patatas. En el garaje, ha habilitado una zona para conejos ─ahora los vende a seis euros─, gallinas que ponen huevos y un gallo impertinente que les despierta cada mañana.
─Parece la historia de Heidi y Marco.
─Fifí, de verdad que es impresionante todo lo que sabe del entorno rural, del campo... Con mirar al cielo sabe si va a llover, me ha dado clases magistrales respecto al cultivo de tomates y no puede contener la risa cuando le explico que yo los planto en macetas.
─Nena, atraes a la gente extraña.
─No, Fifí, a la gente con corazón.
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El huerto de Martín |
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Gallinas y conejos |