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El capullo de la hortensia apunta maneras |
─¡No me mientas! ¡No soporto que me mientas! ¡Me saca de quicio no saber la verdad para poder cotillear!...
Fifí me gritaba desde su Iphone de última generación con su voz desgañitada.
─Fifí, de verdad, no sé a qué te refieres.
─¿Cómo que no? Se va tu santo diez días a México y no has acudido al spa, ni a la fiesta de Greta, ni a la inauguración de Pati... ¿Pero se puede saber qué narices te ocurre?
Fifí estaba muy irritada y yo sabía por qué: me echaba de menos.
─Anda, Fifí, vente esta tarde a casa y te explico todo.
Llegó a las cinco, con el morro retorcido y con ganas de apretujarme entre sus senos siliconados.
─Explícame ahora mismo por qué me has abandonado ─suplicó Fifí.
Tomé su mano, la apreté con suavidad y la llevé hasta el jardín.
─Ahora no hables, relájate y abre tus sentidos para disfrutar del paraíso.
Intentó hablar, pero la inmensidad de la Naturaleza la hizo callar y entender mi obsesión por el jardín, por el huerto y mis locuras verdes.
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La primera flor del calabacín |
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Una rosa blanca en el jardín |
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Las pequeñas flores del árbol de la entrada |
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