lunes, 3 de octubre de 2011

La belleza efímera del hibiscus. El vacío del acebo

La flor del hibiscus o flor del día


Mi monótona vida seguía en calma hasta que escuché el pitido sucesivo, persistente y estrepitoso de un coche. Sí, era mi amiga Fifí con su mano pegada al claxon de su Porsche. Llegó hace pocos días de Sancti Petri ─como toda rica que se precie y destile glamour sus vacaciones abarcan casi dos meses y, por supuesto, jamás viaja a principios o mediados de mes─. 
No pude evitar sonreír al verla. En el fondo echaba de menos sus gritos, su manera de gesticular y su forma de relatarme los últimos cotilleos de los famosillos del papel couché. Salí al jardín, me acerqué hacia la puerta y...
─¿Qué te ocurre? ¿Estás pálida? Respira, alma de cántaro, que te vas a desmayar. ¡¡¡Respira!!!
Escuchaba los gritos de Fifí pero mi cuerpo no reaccionaba, estaba paralizada como si mis huesos se hubieran convertido en acero y bloquearan todos mis músculos
¡¡Plaf, plaf!!
Fifí abofeteó mis mejillas y un suspiro se escapó entre mis labios.
─Tranquila, nena, respira con calma... Venga, despacito para que no te dé un ataque de ansiedad. Relájate...
Apoyé mi espalda contra la pared y me dejé deslizar hasta el suelo. Fifí me abanicaba con la revista del corazón que acababa de comprar y soplaba sobre mi nuca. 
─Ya ha pasado, respira, respira... 
Su voz chillona se dulcificó. Sacó precipitadamente el ventolín de mi bolsillo y me obligó a dar una cuantas aspiraciones. Sentí que el aire invadía mis pulmones y mi cuerpo reaccionaba ante la dosis de oxígeno. Fifí me miraba asustada, temía que me diera un paro cardíaco como le ocurrió a su único y gran amor y me perdiera para siempre. 
─Ya estoy bien, Fifí, perdona por el susto que te he dado.
─¿Pero qué te ha ocurrido?
─Mira el jardín.
Observó de un lado a otro y no vio nada que le llamara la atención. Ella no se percataba nunca de los pequeños detalles.
─Me han robado el acebo.
─¿El qué?
─El arbusto que estaba en la entrada del jardín.
Los ojos de Fifí giraron como los de Marujita Díaz, atónitos y desorbitados.
─¡Que me has dado un susto de muerte porque te ha desaparecido una plantita! Yo por más que lo intento no te entiendo, eres más rara que Belén Esteban. Vamos, por Dios bendito, si seguro que te lo ha robado el jardinero...
─No, Fifí, Franklin Garden es incapaz. Por él pongo la mano en el fuego.
─Pero tú de qué le conoces. ¡Si ni siquiera cuida tu jardín! Eres una ingenua.
La miré con odio y callé. No pensaba decirle que él había estado pendiente de mí todo el verano, que me había aconsejado sobre cómo sanar mis aloes, que confiaba en él. No, jamás le desvelaría mis secretos, jamás le hablaría de mi relación con Franklin o Margarita. Ella no lo entendería y sufriría un ataque de celos porque, en el fondo, solo me tiene a mí. Sé su pasado y, aunque me cueste decirlo, la quiero, quiero a la pequeña Fifí que tiene aprisionada en algún lugar de su corazón, a la Fifí que tanto se parecía a mí y que hace tiempo que desapareció.
Hay veces que la miro y me recuerda a la flor de hibiscus o "flor de un día" porque su belleza efímera solo dura veinticuatro horas y hay que estar muy pendiente de que no se escape ese momento.
Volví a mi ser y callé frente a ella mi dolor, mi ira, mi rabia. La había echado de menos, pero ahora deseaba que se fuera y llamar a Franklin y Margarita para compartir mi dolor por el robo de mi acebo. Ellos sí que me iban a entender. Mi marido y mi amiga, no.


Amor de hombre (Trasdencantia), como el que tuvo Fifí



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